Pepe y Lili estaban muy entusiasmados con su
reciente incorporación a la Juventud Universitaria Peronista. Pero los efectos
del Golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 los hizo emigrar hacia Capital
Federal, y luego, hacia el sur del Conurbano, donde continuaron con sus
actividades dentro de la organización Montoneros. Allí se conocieron, e
iniciaron una historia de amor que perdura hasta el día de hoy.
Para cuando se produce la asunción de la Junta de
Comandantes, Pepe era estudiante en la Facultad de Matemática de la Universidad
Nacional de Córdoba. Estaba en cuarto año de la carrera de Astronomía, y venía
muy embalado con su participación en la militancia estudiantil del año
anterior. En 1975, con un año ya transcurrido desde la muerte de Perón, se
decidió a integrarse al peronismo revolucionario, luego de discutir sus ideas
de izquierda con algunos militantes de la facultad, que se definían más de
izquierda que peronistas a la hora de dar cuenta de su pertenencia al interior
de la “izquierda peronista”. La agrupación de la que participaba, integrante de
la Juventud Universitaria Peronista (JUP), había ganado el Centro de
Estudiantes, así que a pesar de los golpes de la represión, y de la ilegalidad
de muchos cuadros de la organización –que habían pasado a la clandestinidad en
septiembre de 1974– la actividad política legal, abierta, era intensa. “Éramos
unos 120 alumnos de la agrupación en toda la facultad. Hacíamos un trabajo muy
bueno, sobre todo de investigación. Entro a militar con Daniel, que después lo
mató Menéndez en Córdoba, luego de un secuestro. Mi primer acto de militante
fue tomar la facultad de arquitectura. Hacíamos pegatinas, pintadas, nuestra
militancia no pasaba más de eso”.
El golpe de marzo del 76 lo cambió todo. En el
país, en la provincia, y también en su vida personal. Durante esas semanas
–abril, mayo, Pepe no lo recuerda con precisión– la conducción de JUP-Córdoba
–que era, a su vez, la conducción regional de Montoneros– comienza a reunirse
en el departamento de Ludmila, su compañera, que vivía en el departamento de
arriba de su casa. Para entonces, las estructuras de Montoneros en la ciudad de
Córdoba ya estaban muy golpeadas, producto de la represión ilegal desatada por
el Comando Libertadores de América durante todo el año anterior. Así y todo,
seguían con sus actividades... al menos hasta julio, cuando la dictadura les
provocó un golpe del que no podrían recuperarse: toda la conducción de JUP cae
en un allanamiento al departamento de Ludmila, ubicado en el centro de la
ciudad. “Cuando cae esa casa me tengo que abrir, dejar la facultad,
pasar a la clandestinidad, obviamente. Nos quedamos en Córdoba hasta octubre.
Porque la decisión que se toma a nivel nacional fue que los compañeros que
éramos ilegales nos fuéramos a Buenos Aires. Nos fuimos en tres camadas, eramos
muchísimos compañeros. Creo que yo viajo en la segunda camada y cuando llego
allá me encuentro con que había 30 compañeros de Córdoba que yo no conocía”.
Entre esos militantes se encontraba Lili.
También Lili
había empezado a militar en 1975. Entonces había iniciado su primer año de la cerrera de Psicología,
al igual que Pepe, en la Universidad Nacional de Córdoba. Fue a través de un
grupo de amigos que se incorporó a la JUP. “En
realidad éramos un grupo de adolescentes que nos sentábamos a tocar la guitarra
y a leer a Marx y a Lenin. Teníamos entre 16 y 18 años. Eramos un grupo que fue
creciendo y potenciando sus conocimientos y compromisos políticos e ideológicos.
En aquel entonces estaban Pablo, que desapareció teniendo 19 años. Él militaba
en la UES, y fue un poco el líder del grupo, junto con su hermano y otros
compañeros. Yo era medio zurda, así que se me planteaba dilema: ¿PRT o
Montoneros? Tenía un lío bárbaro. Pero después, charlando con Pablo, él me
convenció, y me introdujo en Montoneros”.
Poco a poco Lili
fue cambiando su visión acerca del peronismo, y luego de varias charlas con
Pablo, que le inisitía en que tenía que valorar más esa identidad política del
pueblo, fue acercándose a otro tipo de posiciones, de izquierda, pero con una
orientación más plebeya. “Él empezó a traerme libros, revistas, y yo leía y
leía. Así que ahí ingreso en la JUP y enseguida fui elegida delegada de curso.
Eso fue a principios de 1975. Para fin de año, ya era ilegal, y estaba en el
aparato militar”.
En el medio sucedió
que su casa comenzó a utilizarse para realizar reuniones, porque estaba en pleno centro de Córdoba y quedaba a mano para todos los que
participaban. Unos 20 militantes conocían su casa, más otros tantos
colaboradores del Hospital Córdoba, donde trabajaba. Hasta entonces, si bien había
ido asumiendo cada vez más responsabilidades con el correr de las semanas y los
meses, era legal. Pero uno de esos días, Claudio, un compañero de trabajo que
estudiaba Medicina y también militaba en Montoneros, ese muchacho que la conocía de la organziación y se
había sorprendido al verla con el guardapolvo blanco caminando por los pasillos
del hospital, un día no volvió a su casa, y de la noche a la mañana dejó de ir
a trabajar. “Tenes que dejar tu casa y el laburo. Te tenes que levantar”, le
dijo su responsable. Desde entonces, Lili dejó de estudiar psicología, y pasó a
formar parte de ese amplio contingente de militantes que vivían en la
ilegalidad.
“Y ahí fui a
vivir a una casa en la que se suponía que vivían dos personas, pero a la noche
dormíamos siete. Había como tres guardados ahí. Córdoba era muy chico y las
pinzas se hacían en los puentes. No se podía pasar de un lugar a otro. Encima
sabíamos que La Gringa, una compañera que había caído, salía en un Ford falcon
a señalar compañeros por la calle, que eran inmediatamente secuestrados y
torturados, y de quienes no se sabía más sobre su paradero”. Así vivió durante
un tiempo: asistiendo a las citas con una cápsula de cianuro en su boca
–“estábamos dispuestos a matarnos, para no caer con vida en manos del enemigo,
porque nadie sabía cómo podía sobrevivir a la tortura sin límite–, saltando de
casa en casa, hasta que su nombre apareció en la lista de militantes que serían
trasladados a Buenos Aires.
En Capital
conoció a Pepe, se reencontró con varios compañeros y compañeras de la
JUP-Córdoba y comenzaron a moverse juntos para todos lados. Era como estar en
familia, aunque no en casa. Pero ese “estar como en casa” los llevó a relajar
las medidas de suguridad, cuando no a dejar de cumplirlas. La caída de unos
cuantos cordobeces, luego de que asistirean todos juntos a la cancha a ver un
partido de Talleres, llevó a sus responsables a pedir el translado, cada uno
para lugares diferentes. “En la cancha se cantaba la marchita peronista –recuerda
Pepe–. Los compañeros se entusismaron y le agregaron la parte de Montoneros. En
el momento no pasó nada, peor a la salida los secuestraron a todos”.
Eso fue a fines
de 1976. A principios de 1977 Pepe y Lili llegaban al sur del Conurbano
(continuará…).
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