lunes, 25 de abril de 2011

Decimoquinta entrega: El MPM

PRIMERA PARTE: DEL GOLPE AL MUNDIAL

II- 77: Peronismo Montonero 
Decimoquinta entrega: El MPM
Miércoles 20 de abril de 1977. Montoneros lanza en Italia, en una conferencia de prensa celebrada en el hotel Leonardo Da Vinci, el Movimiento Peronista Montonero. “Resistir y vencer para ganar la paz en la Argentina”, así se llama el que será recordado como el Documento de Roma del MPM, presentado aquél día ante una treintena de periodistas de toda Europa. Con el “Comandante” Mario Eduardo Firmerich como Secretario General, Gonzalo Chávez, de la Juventud Trabajadora Peronista y la CGT en la Resistencia por la Rama Sindical, los “Doctores” Oscar Bidegain y Ricardo Obregón Cano, del Partido Peronista Auténtico por la Rama Política, Lidia Masaferro y Adriana Lesgart, de la Agrupación Evita por la Rama Femenina, Rodolfo Galimberti de la Juventud Peronista y Manuel Enrique Pedreira de la Juventud Universitaria Peronista por la Rama Juvenil, el “Doctor” Rodolfo Puiggros por la Rama de Intelectuales y Artistas, el Secretario General de las Ligas Agrarias Osvaldo Lovey por la Rama de Pequeños Productores Agropecuarios, el Segundo Comandante, Fernando Vaca Narvaja como Secretario de Relaciones Internacionales, Juan Gelman y Miguel Bonasso al frente de la Secretaría de Prensa y Difusión del Partido Peronista Auténtico, quedó formalmente conformado el MPM, o El Movimiento, como pasó a ser llamado por los militantes montoneros.
Como puede verse por los nombres, el Consejo superior del MPM lograba reunir en el exterior a lo más representativo del histórico peronismo combativo. Claro que ahora se trata de referenciar a la masa de laburantes peronistas desde una nueva identidad: el montonerismo. De allí que Firmerich y Chávez aparezcan en primer lugar: el primero en representación de la herramienta política y el segundo de la sindical. Evidentemente no hay relación entre el nivel de reagrupamiento y referencia que logra el MPM en el exterior y el que puede desarrollar fronteras adentro del país. Pero también es cierto que aún estaba presente cierto imaginario “guevarista”, cierta influencia cubana (o de lo que la Revolución Caribeña había instalado como imaginario en los revolucionarios latinoamericanos), que imaginaba como posibilidad concreta la vuelta de los exiliados para dirigir, encabezar, la resistencia que pudiera sostenerse en el país. Ya lo había dicho Guevara en su Mensaje a los pueblos del mundo: “Nuestra misión, en la primera hora, es sobrevivir, después actuará el ejemplo perenne de la guerrilla”. Algo similar parece haber sido interpretado por Montoneros. Tal vez, podemos suponer, se dijeron a sí mismo: nuestra misión, en esta hora, es sobrevivir. Después actuará el ejemplo heroico del Partido.
De allí que el MPM se dirigiera públicamente a los “compañeros del pueblo argentino” con la consigna Resistir es vencer. Porque se pensaba, entonces, que de lograr resistir los primeros embates de la dictadura, luego, se estaría en condiciones de avanzar ya no sobre los militares, sino sobre el proyecto capitalista en su conjunto, dado que Montoneros (ahora Partido Leninista), realiza una lectura sobre la situación nacional, dialécticamente vinculada con la internacional. Es decir, que si a la decadencia de la dominación  burguesa en el país se le sumaba la declinación del proyecto capitalista en el mundo (producto de la crisis de los últimos años), no quedaba otra salida más que avanzar por la transformación radical y total de las estructuras del sistema. Este es, de alguna manera, el argumento que fundamentará la necesidad de ir organizando la contraofensiva popular en camino hacia el socialismo.
El agotamiento del peronismo como identidad política mayoritaria de los trabajadores, del pueblo argentino, ya había sido tema de debate durante casi todo el año anterior. De hecho, y como podrá verse en próximas entregas de este Folletín Digital, fue uno de los temas que llevaron a Rodolfo Walsh a escribir, en el marco de sus tareas como Oficial Segundo de la Organización, algunos planteos críticos al rumbo tomado en esos últimos meses.
Bien. ¿Pero que planea el Documento fundacional del MPM? Entre otras cuestiones, la necesidad de organizar el montonerismo retomando cierta herencia del peronismo. Más específicamente, su organización en Ramas, como ya se ha visto. Por otro lado, con seis sintéticos puntos, el MPM se dirige a todos “los peronistas auténticos y leales a las banderas del movimiento, a todos los luchadores honestos que, sin ser peronistas, entregan sus mejores esfuerzos a su servicio y a todos los argentinos de buena voluntad que aman la paz, la justicia social, la independencia económica y la soberanía política”.
Los seis puntos son: 1. Situación nacional; 2. La crisis definitiva del sistema; 3. La resistencia popular; 4. La constitución del Movimiento Peronista Montonero; 5. Propuesta de pacificación y liberación; y 6. Convocatoria a la unidad por la pacificación y liberación en un Frente de Liberación Nacional y Social.
En cuanto a la realidad del país, el MPM sostiene que tanto la Junta militar como Martínez de Hoz son responsables de las políticas antinacionales y antipopulares, que llevan a la Argentina a tener su economía en bancarrota y su orden jurídico-político desquiciado. Ante esto, reivindican el rol jugado por los trabajadores, por el pueblo, que enfrenta heroicamente las reiteradas agresiones, con sacrificio y voluntad de victoria.
En relación a la crisis sistémica, el MPM afirma que el estancamiento y parálisis de la economía del país se debe a la estructural situación de dependencia, que no podrá remediarse en los marcos del sistema capitalista-imperialista: “Resulta evidente, en consecuencia, que solamente construyendo el socialismo romperemos este círculo vicioso con el que nos han estafado”.
Sobre la resistencia popular, el MPM inscribe los procesos de lucha contra la dictadura instalada en poder desde el 24 de marzo de 1976, en un largo proceso que cuenta a los montoneros de Martín Miguel de Güemes, del Chacho Peñaloza y de Felipe Varela en un linaje que se extiende hasta el surgimiento del peronismo, pasando por una reivindicación de los abuelos de los cabecitas negras: las luchas de la “chusma radical” y de la clase obrera previas al 17 de octubre de 1945, a la vez que condena todos los Goles de Estado. Por supuesto, esa genealogía encuentra en los 18 años de “Resistencia Peronista” su antecedente más inmediato y más exaltado, y en la Masacre de Ezeiza (20 de junio de 1973) y el accionar criminal de María Estela Martínez (de Perón) y El Brujo José López Rega, la traición más clara al programa popular de cambio votado masivamente en los comicios del 11 de marzo de 1973. Así, Montoneros se reivindica como parte de la resistencia a la dictadura “más criminal y sangrienta” de la historia argentina, y destaca su aporte por llevar hasta la victoria las tres banderas históricas del peronismo. “Nueve años de lucha armada” y su “valiosa cuota de sangre y juventud”, sostienen, hace que continúen siendo fieles a su trayectoria, resistiendo hasta vencer o morir.
En ese marco promueven la conformación del MPM, sosteniendo que proceden del pueblo y que, por tanto, éste sabe que siempre han estado a su lado, en las buenas y en las malas. Y si bien reivindican los aciertos y los errores del movimiento, no dejan de señalar que, cuando tuvieron que hacerlo, guiados por el ejemplo de Evita, marcaron los errores cometidos por el General Perón. Ahora, traicionado por Isabel, huérfano en su conducción estratégica y agotado en su doctrina, el movimiento peronista debe regenerarse, rescatando, reafirmando y continuando con lo mejor de su historia, pero combatiendo la burocratización y promoviendo dirigentes revolucionarios, que sean tales por ser honestos y representativos y no porque tienen un amigo influyente. Democracia que deberá, transitoriamente, ejercerse a través de la representatividad, hasta que la clandestinidad deje paso al voto masivo. En el camino de “descubrir, proponer y desarrollar lo nuevo”, el MPM se constituye con una conducción estratégica (el Consejo Superior) que supera la antigua conducción unipersonal (Perón). El MPM, asimismo, se propone nuclear no sólo a los peronistas, sino a todos aquellos que han luchado y luchan contra las políticas de la oligarquía y el imperialismo y pretenden apostar a la conformación de un gran movimiento popular hegemonizado por la clase obrera, con sus “ansias irrenunciables de liberación nacional y social”. A excepción de los traidores, dicen, todos tienen un lugar en el movimiento, para resistir por todos los medios a la dictadura y construir “un programa de profundas transformaciones económicas, sociales y políticas”, que unifique todas las luchas de resistencia y “las oriente hacia la conquista del poder político del Estado en manos de la oligarquía y de los monopolios”.
Por todo esto, el MPM realiza una propuesta de pacificación y liberación, basada en una certeza: “la victoria del pueblo es segura –dicen–. No hay fuerza represiva que pueda evitarla”. De allí su insistencia en que la pacificación sólo será producto de la resistencia capaz de expulsar a la Junta Militar del gobierno. Para ello, para “acortar los plazos y ahorrar mayores sufrimientos”, proponen un programa de ocho puntos, encabezado por la exigencia de la destitución del ministro de Economía, Alfredo Martínez de Hoz, aspecto al que se suman: la reintegración de las garantías constitucionales; la rehabilitación de todos los partidos políticos sin exclusiones; la liberación de los presos políticos; la supresión de los campos de concentración y la publicación de la lista de los secuestrados; la inmediata libertad de una serie de personalidades políticas, encabezadas por el ex presidente Héctor J. Cámpora; la abolición de los procedimientos represivos y el juicio a los torturadores; la reintegración a los trabajadores de la Confederación General del Trabajo y de todos los sindicatos intervenidos; la convocatoria a elecciones generales.
Finalmente, el MPM convoca a conformar un Frente de liberación Nacional y Social. Para ello llama a todos los partidos políticos, las organizaciones del empresariado nacional y las personalidades dispuestas a sostener un programa de pacificación y liberación.
El Documento de Roma tardó en llegar a la zona sur del conurbano. De todos modos, por la escasez de fuerzas organizadas en el territorio, por los golpes asestados por la  represión, el Partido, el Ejército y ahora el Movimiento, tendían a confundirse en una única estructura: los Pelotones de Combate que realizaban operaciones militares, tareas de agitación y propaganda e intentaban mantener los contactos con algún que otro militante barrial o sindical.

domingo, 17 de abril de 2011

Decimocuarta entrega: La Petiza Pelirroja

PRIMERA PARTE: DEL GOLPE AL MUNDIAL

II- 77: Peronismo Montonero
Decimocuarta entrega: La Petiza Pelirroja (II)

El domingo 27 de marzo de 1977 Adriana Lidia Kornblihtt se puso a escribirle una carta a Laura, su hermana mayor, que había militado en el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y que ahora se encontraba exiliada en Roma.
La Petiza Pelirroja, como le decía Laura, le escribe además a Vicky, su otra hermana, también militante y exiliada, pero de Montoneros y en Milán. Aquellas líneas fueron garabateadas por La Turca mientras se encontraba refugiada junto a Beto, en una casa ubicada en la localidad bonaerense de Hudson. Líneas dirigidas, conjuntamente, a sus dos hermanas, a su cuñado Esteban y sus sobrinos Este y Pauli.
En la carta, La Turca les cuenta de lo mucho que disfruta de esa estadía junto a Beto, descansando, y de lo cansador y mal pago de su nuevo trabajo en un taller textil.
Cuando me entrevisté con su hermana Vicky, en septiembre de 2005, todavía recordaba el día en que le llegó a Italia aquella carta que Adriana no terminó nunca de escribir. De repente se paró, buscó una caja, la abrió, y entre fotos y recortes de diario apareció la correspondencia de aquellos años. Luego de acariciar suavemente el rostro de Adriana, quien la miraba desde un portarretrato, Vicky leyó en voz alta: “A mí también, me parece muy raro tener tan solo 15 años y llevar la vida que hago...”. Luego agregó: si querés, Mariano, podés irte hasta la fotocopiadora de acá la vuelta y sacarle una copia. Moví dos veces mi cabeza, dando a entender que sí, que luego lo haría.
Vicky me cuenta entonces la historia de su hermana, con paciencia, y con una voz muy suave. Empieza desde el principio:
Cuando éramos chiquitas, cuando tenía 6 años, Adri –que era la menor– trataba de imitarnos en todo, todo el tiempo: era muy agrandada y muy inteligente. Aprendió a sumar en el jardín y, por eso, la adelantaron un año. ¡Era una adelantada y encima, siempre quería ser más grande! Así empezó a militar, en 7° grado, en el Frente de Lucha de los Secundarios, que respondía –creo– a las FAL [Fuerzas Armadas de Liberación]. Y ella se acercó a eso, imagínate que estaba en 7° grado… pero ya era discutidora. Para que te des una idea: escuchaba Viglieti, en vez de Palito Ortega.
Adriana cursó sus estudios primarios en el Colegio Las Heras, ubicado en la intersección de las calles Julián Álvarez y Las Heras, en la Ciudad de Buenos Aires. Vivían, en ese entonces, a una cuadra de allí. Después, al igual que sus dos hermanas, entró a cursar el secundario en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Fue entonces cuando La Turca ingresó en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). En ese momento, su hermana Vicky militaba en la misma agrupación, junto a su novio (su compañero, como se decía) que era el responsable de la UES Capital.
Tiempo más tarde, luego de que las movilizaciones obreras de junio-julio del 75' desbordaran a la burocracia sindical, fortaleciendo los cuerpos de delegados y las comisiones internas nucleadas en las Coordinadoras Inter-fabriles, cuando la movilización popular logró desbaratar el plan económico del gobierno de Isabel Perón, expulsando del país al ministro de Bienestar Social, El Brujo José López Rega (organizador de las bandas para-policiales de la Alianza Anticomunista Argentina, las 3 A), después de todo ese proceso –decía–  Montoneros fortaleció su estrategia de priorizar sus vínculos con los trabajadores industriales de los grandes centros urbanos del país, a la vez que promocionó la incorporación de los militantes de las agrupaciones de superficie (Juventud Peronista, Juventud Trabajadora Peronista, Juventud Universitaria Peronista, entre otras) a la estructura militar de la Organización.
Y allí marchó La Turca: a vincularse con los estudiantes de los colegios técnicos del Conurbano, semillas de los futuros obreros que protagonizarían la revolución socialista en Argentina. Por eso fue una de las más decididas a la hora de abandonar sus tareas en un colegio de alto nivel, en la metrópoli, para pasar a cursar sus estudios en un colegio del Gran Buenos Aires. No le importó tener que viajar todos los días, cursar por un tiempo en dos colegios, dejar a Laura, Gabriela, Moira, su grupo de amigas, y cambiar de ambiente social. La convicción militante pudo más que todo. Tenía, entonces, 14 años. Pasó a la UES Avellaneda, primero, y luego a la de Lanús, donde conoció a Beto. Así transitó, rápidamente, de la UES a la estructura del Ejército Montonero. De la casa de sus padres a la convivencia con su compañero. Un pibe divino Beto –me cuenta Vicky–. Un pibe de la villa, de ahí de zona sur. Era de una familia grande, como de ocho hermanos.
Ahora es 1977. La cosa está más complicada que nunca en el país. Hace ya un año que los militares golpean y golpean. De allí que la percepción de la situación política que Adriana expresa en su carta no sea muy alentadora: “Por acá, las cosas andan más o menos jodidas, como siempre”. Poco alentadora, sí, pero de todos modos, eso no la convence para dejar Argentina, marchar al exilio, como sus hermanas y tantos de sus compañeros. “Las cosas siguen –escribe– ando con muchas ganas de seguir adelante”.
Cosiendo bombachas, al son de la recta, el oberlock y el zig-zag, Adriana y Beto comenzaron a buscar una “sorpresa”. Aunque en la carta aclara: “todavía sin novedad”. La novedad, por supuesto, nunca se produjo. Ambos murieron, jóvenes, muy jóvenes. Como tantos, sin tener la oportunidad de conocer algunas de las maravillas de este mundo: tener un hijo, verlo crecer, meterse en su cama una mañana cualquiera, salir a pasear una soleada tarde de domingo.
Vicky habla de su hermana y parece, por la expresión de su rostro, que no hubiese pasado el tiempo. Pero si ha pasado, y ella es muy conciente. Casi una vida, dice. Y me cuenta que hace apenas un año, en octubre o noviembre de 2004, el Equipo de Antropología Forense encontró, entre otros 400 cuerpos, el de La Turca. Estaba en una fosa común, en el Cementerio de Avellaneda. Su rostro cambia nuevamente:
El cuerpo estaba entero. Recuperaron el cuerpo entero, una bombacha y un par de medias. Fue fuerte, porque del cuerpo sólo quedaban los huesos. Identificaron su cuerpo y el de una compañera, que yo conocía de Barracas.
Luego de tomar un mate continúa:
Mi hermana quería cremarla, pero dije: en este caso, no. Estuve 27 años buscando el cuerpo. Aunque la creme el año que viene, ahora no. Ahora necesito enterrar los huesos y tener un lugar de homenaje. En ese sentido –insiste– el entierro fue muy emotivo. Me sorprendió tanta gente que vino. Fue el homenaje de la gente que la conocía y la quería. Y también me llegaron cartas, de gente que la conocía y me agradecía. Se ve que cada uno recompone también un poco de su propia historia en esto. Para mucha gente era como si se hubiera muerto el día anterior. Porque congelaste el dolor y ese día volvés a ser aquella, aquel que fuiste. Porque encima te ves rodeado de la misma gente, más grande pero la misma.
Han pasado seis años desde que realicé aquella entrevista. Leo la transcripción que hice alguna vez, mientras escucho nuevamente la cinta. No es posible transcribir los tonos, pienso. Y continúo escuchando y leyendo lo que escucho. Vicky me cuenta que aquella mañana de 2004, en el Cementerio de la Chacarita, cada uno hizo su homenaje desde su lugar.
Mi hermana, por ejemplo, que vive lejos y no va mucho a verla, así y todo quiso hacerle un jardín, por si va alguien a verla, dice, que se encuentre con ella en ese jardín. Son maneras distintas de vivir lo mismo, ¿no? A mí, por ejemplo, no me importa si hay un jardín o no. Pero eso depende de cómo lo vive cada uno. Porque el duelo, la forma en que lo aborda cada uno, es muy personal. En el entierro fue lo mismo: estaban los familiares y los amigos de cuando era chica, que hicieron el homenaje desde un lugar determinado, no sé, desde el recuerdo que tenían de ella; pero también sus compañeros de militancia y las Madres de Plaza de Mayo, con un homenaje desde otro lugar, desde la lucha.
En fin, para el fin de este relato, quisiera quedarme con esas líneas que Beto, al final, le agregó a la carta inconclusa de Adriana: “No la sientan como a una hermana, sino como a una compañera; así los sentimientos son mucho más integrales y sepan valorarlo. Sus 16 años son un ejemplo”.

lunes, 11 de abril de 2011

Decimocuarta entrega: La Petiza Pelirroja

PRIMERA PARTE: DEL GOLPE AL MUNDIAL

II- 77: Peronismo Montonero
Decimocuarta entrega: La Petiza Pelirroja (I)

TIEMPO: 31 de marzo de 1977.
ESCENA: una humilde casilla situada en la barriada popular de Monte -Chingolo, en la zona sur del conurbano bonaerense. Beto y Adriana duermen abrazados. Afuera, en las calles y avenidas del distrito de Lanús, los oscuros Ford-Falcon, sin patente, van y vienen en busca del enemigo de la patria.
Son las cuatro de la madrugada. Hace cuatro horas que Adriana Lidia Kornblihtt (La Turca, para sus compañeros; La Petiza Pelirroja, para su hermana Laura) dejó atrás sus dorados quince años. Es temprano. Tiene sueño y hace frío. Es su cumpleaños y le da fiaca levantarse. Mira a su compañero dormir y le dan ganas de quedarse. Pero se levanta. Sabe que ha elegido una vida que tiene, entre otros obstáculos, tener que levantarse cuando tiene ganas de quedarse haciendo fiaca. De acurrucarse. De no salir a la fría noche. Pero se viste, le da un beso a Beto y parte. Porque el país, como está –piensa– niega cualquier posibilidad de proyectarse, de proyectar la vida. 
A las 4.30 de la madrugada Adriana sube a un automóvil en el que se traslada junto con dos muchachos. Son jóvenes, aunque no tan jóvenes como ella. Los tres son militantes y juntos, conforman un Pelotón de Combate del Ejercito Montonero. Adri está comenzando su cumpleaños número dieciséis, pero hace un año que es soldado. Antes estaba en la Unión de estudiantes secundarios, la UES. Era una militante de superficie, como se decía en la jerga. Pero ahora es parte de la Estructura Militar.
Alrededor de las cinco de la madrugada se acercan a la comisaría de Monte -Chingolo. Afuera no hay nadie. La operación era sencilla: colocar un caño (un artefacto explosivo casero) en el lugar y luego partir. Se hacían con frecuencia esas operaciones: era una forma de demostrar que los Montoneros estaban ahí, luchando. Adriana, Beto y sus compañeros, queda claro, no se rendían. No aflojaban. No estaban dispuestos a bajar los brazos. Había que persistir, decían; hay soportar los golpes resistiendo. Como ya se había hecho durante la resistencia peronista…
Una hora más tarde, tras una pesadilla, Beto se despierta. Adriana debería haber llegado ya, piensa. Y trata de olvidar aquél sueño espantoso, en el cual él  estaba sentado en la mesa, sirviéndose un vaso de soda y, de repente, ve como el sifón le estalla en su mano izquierda. Y entonces, con la mano derecha, comienza a sacarse los pedazos de vidrio, que se han esparcido por sus dos brazos, su pecho y su cara. Asustado, al despertar, se seca el sudor de la frente, mira el reloj y se vuelve a dormir.
Ha pasado el tiempo y se encuentra fuera de sí. Está desesperado, porque Adriana debió haber vuelto a la casa, para vestirse e irse a trabajar. Pero no ha regresado.
Beto comienza a angustiarse: piensa lo peor. Está ansioso y, obsesivamente, no puede dejar de mirar por la ventana. Cada tanto, sólo cada tanto, mira su reloj. Así llega las ocho de la mañana, el tope horario. Debe dar por asumida la emergencia y retirarse.
La operación era sencilla, piensa. Todo había quedado claramente planificado en la noche del 30, cuando realizaron la última reunión. Un compañero iría como chofer del automóvil; el responsable permanecería junto al auto, atento y preparado para disparar su pistola 9 mm, si es que algún policía aparecía de improviso. Adriana colocaría el explosivo… Nada complicado. Entonces: ¿qué ha salido mal?
A las 5.30 horas, como habían previsto, llegaron a la comisaría. Afuera no hay nadie. El chofer mantiene el coche encendido, listo para escapar. El responsable da la orden. Adriana debe activar el caño y regresar al automóvil, para volver a su casa, darle un beso a Beto, cambiarse y entrar a la textil. Luego, ir a la casa de sus padres a cenar, a festejar sus 16 años y brindar por eso; por el laburo que está por salirle a su compañero; por el hijo que esperan tener de acá a no mucho tiempo; por sus hermanas Laura y Vicky, su cuñado Esteban y sus "sobris" Este y Pauli, que brindarán por ella desde el viejo continente; por sus padres, que esperan que pronto se concrete el casamiento; por los muertos, que ya no pueden brindar y por los presos, que aguantan desde las cárceles el inhumano trato que reciben de sus verdugos; por la victoria, por supuesto, que finalmente, más temprano que tarde, tiene que llegar.
Pero algo, definitivamente, sale mal. Ni bien el responsable de la operación escucha una explosión, comienza a disparar sobre la comisaría. Luego se acerca para ver qué es lo ha pasado. Se da cuenta de que la bomba estalló en manos de Adriana, pero su cuerpo no está. Sólo vn los restos de su ropa.
Beto se entera a las nueve de la mañana y no lo puede creer. Sigue mirando por la ventana, esperando que Adriana llegue. Quiere decirle feliz cumpleaños, darle un abrazo y marcharse con ella a la casa de sus suegros. Quiere que llegue para irse a cenar y festejar.

***
Tras la muerte de Adriana, Beto no quiso abandonar la casa. Contra todas las medidas de seguridad necesarias en tiempos tan difíciles, como los de aquellos días, se quedó viviendo en el lugar. Lo último que se supo de su vida fue por la carta que, el 30 de julio del 77', les escribió a sus cuñadas, que se encontraban exiliadas en Europa:
“Las cosas andan bastante bien -cuenta- pero 'la calle' está dura; en la empresa [se refiere a Montoneros] estoy laburando con los fierros [el aparato militar de la organización]".
Y continúa:
“Una de las preguntas [que sus cuñados le hacen en una carta anterior] es si recuerdo algo; si es por la casa, no perdí nada; ni siquiera me levanté [irse a otro sitio] y recién ahora me mudo, si Dios quiere...".
Parece que el Buen Dios no lo quiso. Al poco tiempo, un Grupo de Tareas dio con su domicilio. Beto fue secuestrado y nunca más se supo nada de él. 

***
Los restos de Adriana fueron encontrados por el Equipo de Antropología Forense en diciembre de 2004. Los hallaron como NN, en una fosa común, en el Cementerio de Avellaneda. Fueron inhumados el viernes 18 de marzo de 2005, en el Cementerio de la Chacarita. 
Sus padres no llegaron a verlo. Sus antiguos compañeros de estudio y militancia, sí. Entre ellos estaba su amiga Laura Giusani. De repente, a Laura la asaltó el recuerdo de Adriana lanzando uno de esos escupitajos impresionantes que largaba. Escupidas que nadie sabía donde los había aprendido, pero que iban más lejos que las de cualquiera. Habían pasado casi tres décadas y la cara de Adriana se le aparecía igual que antaño: frunciendo los labios, tomando aire, y escupiendo a más de un metro de largo. Bruta, varonil y con una sonrisa amplia y divina.

domingo, 3 de abril de 2011

Decimotercera entrega: Un último acto de libertad

PRIMERA PARTE: DEL GOLPE AL MUNDIAL

II- 77: Peronismo Montonero
Decimotercera entrega: Un último acto de libertad
Ramón me cuenta que, según recuerda, para junio de 1977 llegaron a la zona las pastillas de cianuro (seguramente no era la primera vez que llegaban). Al principio eran muy grandes y se vencían al poco tiempo. Por eso había que ir renovándolas a cada rato. Después se fueron perfeccionando.
Montoneros comenzó a implementar el uso de las cápsulas de cianuro para sus militantes en mayo-junio de 1976. Era una forma de enfrentarse al enemigo aun en la situación límite que se juega en ese instante en el que se decide la vida o la muerte. La revista Evita Montonera N° 13 (mayo de 1976), por ejemplo, lleva en su contratapa un relato titulado “No quiero entregarme viva”, donde se narra la actitud de Moni, una soldado del Ejército Montonero que prefiere morir antes que caer en manos de sus enemigos. “Al tomar estas decisiones, los compañeros demuestran no sólo el amor al proyecto revolucionario y a la Organización que lo encarna, sino una profunda y racional comprensión de la clase de enemigo que enfrentamos”, dice el artículo.
Un caso similar es relatado por Rodolfo Walsh, en “Carta a mis amigos, ese conmovedor documento en donde narra los hechos de ese 29 de septiembre de 1976, día en que murió su hija de 26 años, cercada por 150 militares. Subida al techo de alguna casa de Buenos Aires en la calle Corro, María Victoria Walsh Ferreyra, Vicki, no para de reírse, mientras dispara a un grupo de efectivos. Un conscripto afirma que el combate duró más de una hora y media. Así lo narra el autor de Operación masacre: “De pronto -dice el soldado- hubo un silencio. La muchacha dejó la metralleta, se asomó de pie sobre el parapeto y abrió los brazos. Dejamos de tirar sin que nadie lo ordenara y pudimos verla bien. Era flaquita, tenía el pelo corto y estaba en camisón. Empezó a hablarnos en voz alta pero muy tranquila. No recuerdo todo lo que dijo. Pero recuerdo la última frase, en realidad no me deja dormir. -Ustedes no nos matan -dijo-, nosotros elegimos morir. Entonces ella y el hombre se llevaron una pistola a la sien y se mataron enfrente de todos nosotros”.
Meses después, Walsh escribe “Carta a Viky”, donde se dirige hacia su hija muerta, diciéndole, entre otras cosas: “Sé muy bien porqué cosas has vivido, combatido. Estoy orgulloso de esas cosas. Me quisiste, te quise. El día que te mataron cumpliste 26 años. Los últimos fueron muy duros para vos. Me gustaría verte sonreír una vez más.
No podré despedirte, vos sabés por qué. Nosotros morimos perseguidos, en la oscuridad. El verdadero cementerio es la memoria. Ahí te guardo, te acuno, te celebro y quizá te envidio, querida mía”.
Rodolfo sabía de qué hablaba. Por su labor de inteligencia dentro de la organización, manejaba información de primera mano en relación al comportamiento de los militares con sus prisioneros. Por eso, cuando en marzo de 1977 distribuye su hoy canónica “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”, en el punto dos se refiere con tanta claridad sobre el accionar represivo. “El secreto militar de los procedimientos, invocado como necesidad de la investigación, convierte a la mayoría de las detenciones en secuestros que permiten la tortura sin límite y el fusilamiento sin juicio… De este modo han despojado ustedes a la tortura de su límite en el tiempo… La falta de límite en el tiempo ha sido complementada con la falta de límite en los métodos, retrocediendo a épocas en que se operó directamente sobre las articulaciones y las vísceras de las víctimas, ahora con auxiliares quirúrgicos y farmacológicos de que no dispusieron los antiguos verdugos. El potro, el torno, el despellejamiento en vida, la sierra de los inquisidores medievales reaparecen en los testimonios junto con la picana y el "submarino", el soplete de las actualizaciones contemporáneas. Mediante sucesivas concesiones al supuesto de que el fin de exterminar a la guerrilla justifica todos los medios que usan, han llegado ustedes a la tortura absoluta, intemporal, metafísica en la medida que el fin original de obtener información se extravía en las mentes perturbadas que la administran para ceder al impulso de machacar la sustancia humana hasta quebrarla y hacerle perder la dignidad que perdió el verdugo, que ustedes mismos han perdido”.
Por todo esto es que las palabras de Walsh hija, mediadas por la escritura de su padre, son hoy un verdadero documento de época:
Ustedes no nos matan… nosotros elegimos morir”.
Una simple frase que condensa la actitud, el compromiso de cientos de jóvenes militantes que apostaron a un proyecto y fueron coherentes con esa apuesta hasta sus límites más extremos. Tal vez podamos contraponer esa frase con otra, escrita tiempo después de estos acontecimientos, en una obra teatral que intenta ser un aporte crítico, y que esconde tras el supuesto de una literatura comprometida una verdadera actitud canalla. Me refiero a Conversaciones con Ernesto Che Guevara, donde José Pablo Feimann hace decir a uno de sus personajes, que dialoga con el Che:
“Se crearon dos, tres, muchos Vietnam. Miles de jóvenes en toda América Latina eligieron la violencia y las armas obedeciendo su consigna. Y no murieron por su causa, comandante. Murieron a causa suya”.
Aquello que para algunos funcionaba como la última posibilidad de elegir el control sobre su propio cuerpo, para otros funciona como la entrega de su cuerpo y de su subjetividad a otros, que determinarían la suerte de cada quien.
Tal vez el film El ejército de las sombras pueda servirnos como paradigma de esto que vengo intentando decir. Escrita en 1943 por Joseph Kessel (L´armee des ombres”) y llevada al cine en 1969 por el director francés  Jean-Pierre Melville (con la participación de Kessel como co-guionista), la película expresa cabalmente todas las peripecias que implica la vida en la resistencia para todas las mujeres y hombres (como el propio Melville y Kessel) que lucharon desde la clandestinidad contra la ocupación alemana. Esta historia, situada en 1942, cuenta como el ingeniero Philippe Gerbier (Lino Ventura) es detenido y trasladado a un campo de prisioneros a la espera de interrogatorio. Gerbier, uno de los líderes de la resistencia parisina antifacista, se traslada a Marsella (luego de escaparse de la comandancia alemana), desde donde ordenará la ejecución de su delator y reorganizará su grupo de resistentes, junto a Mathilde (Simone Signoret) y un nuevo miembro del grupo: el ex piloto de aviación Jean François Jardie.
Podemos ver en este film, por lo tanto, gran parte de los comportamientos que tuvieron en nuestro país los militantes montoneros. Hay ejecuciones de traidores, militantes acorralados que se tiran por una ventana o ingieren cianuro.
Por supuesto, el método de resistir hasta las últimas consecuencias, de elegir morir antes que caer en manos de un enemigo despiadado, no es una novedad en las luchas de resistencia de los pueblos contra los poderes dictatoriales. Por ejemplo, fue una práctica frecuente entre los militantes antifascistas europeos. Pero claro, si esa práctica es ejecutada por franceses, la propia muerte aparece como un acto noble. Ahora, si ese mismo acto es realizado por militantes argentinos, ahí sí, nuestras bellas almas ponen el grito en el cielo.
Cuando pregunto a Ramón por su experiencia, por cómo vivieron en aquél momento esa tensión entre la vida y la muerte, responde: Era una época en donde,  si no tenías nada, te dormías con un cuchillo al lado. Porque si llegaba la patota te matabas, para no caer vivo. Esa era la idea que teníamos de una eventual caída, que todos veíamos como muy posible, muy cercana. Y esa era nuestra decisión: no caer vivos. No era que nos mandaban al muere, como decía la propaganda negra: era una decisión conciente de los militantes.