domingo, 17 de abril de 2011

Decimocuarta entrega: La Petiza Pelirroja

PRIMERA PARTE: DEL GOLPE AL MUNDIAL

II- 77: Peronismo Montonero
Decimocuarta entrega: La Petiza Pelirroja (II)

El domingo 27 de marzo de 1977 Adriana Lidia Kornblihtt se puso a escribirle una carta a Laura, su hermana mayor, que había militado en el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y que ahora se encontraba exiliada en Roma.
La Petiza Pelirroja, como le decía Laura, le escribe además a Vicky, su otra hermana, también militante y exiliada, pero de Montoneros y en Milán. Aquellas líneas fueron garabateadas por La Turca mientras se encontraba refugiada junto a Beto, en una casa ubicada en la localidad bonaerense de Hudson. Líneas dirigidas, conjuntamente, a sus dos hermanas, a su cuñado Esteban y sus sobrinos Este y Pauli.
En la carta, La Turca les cuenta de lo mucho que disfruta de esa estadía junto a Beto, descansando, y de lo cansador y mal pago de su nuevo trabajo en un taller textil.
Cuando me entrevisté con su hermana Vicky, en septiembre de 2005, todavía recordaba el día en que le llegó a Italia aquella carta que Adriana no terminó nunca de escribir. De repente se paró, buscó una caja, la abrió, y entre fotos y recortes de diario apareció la correspondencia de aquellos años. Luego de acariciar suavemente el rostro de Adriana, quien la miraba desde un portarretrato, Vicky leyó en voz alta: “A mí también, me parece muy raro tener tan solo 15 años y llevar la vida que hago...”. Luego agregó: si querés, Mariano, podés irte hasta la fotocopiadora de acá la vuelta y sacarle una copia. Moví dos veces mi cabeza, dando a entender que sí, que luego lo haría.
Vicky me cuenta entonces la historia de su hermana, con paciencia, y con una voz muy suave. Empieza desde el principio:
Cuando éramos chiquitas, cuando tenía 6 años, Adri –que era la menor– trataba de imitarnos en todo, todo el tiempo: era muy agrandada y muy inteligente. Aprendió a sumar en el jardín y, por eso, la adelantaron un año. ¡Era una adelantada y encima, siempre quería ser más grande! Así empezó a militar, en 7° grado, en el Frente de Lucha de los Secundarios, que respondía –creo– a las FAL [Fuerzas Armadas de Liberación]. Y ella se acercó a eso, imagínate que estaba en 7° grado… pero ya era discutidora. Para que te des una idea: escuchaba Viglieti, en vez de Palito Ortega.
Adriana cursó sus estudios primarios en el Colegio Las Heras, ubicado en la intersección de las calles Julián Álvarez y Las Heras, en la Ciudad de Buenos Aires. Vivían, en ese entonces, a una cuadra de allí. Después, al igual que sus dos hermanas, entró a cursar el secundario en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Fue entonces cuando La Turca ingresó en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). En ese momento, su hermana Vicky militaba en la misma agrupación, junto a su novio (su compañero, como se decía) que era el responsable de la UES Capital.
Tiempo más tarde, luego de que las movilizaciones obreras de junio-julio del 75' desbordaran a la burocracia sindical, fortaleciendo los cuerpos de delegados y las comisiones internas nucleadas en las Coordinadoras Inter-fabriles, cuando la movilización popular logró desbaratar el plan económico del gobierno de Isabel Perón, expulsando del país al ministro de Bienestar Social, El Brujo José López Rega (organizador de las bandas para-policiales de la Alianza Anticomunista Argentina, las 3 A), después de todo ese proceso –decía–  Montoneros fortaleció su estrategia de priorizar sus vínculos con los trabajadores industriales de los grandes centros urbanos del país, a la vez que promocionó la incorporación de los militantes de las agrupaciones de superficie (Juventud Peronista, Juventud Trabajadora Peronista, Juventud Universitaria Peronista, entre otras) a la estructura militar de la Organización.
Y allí marchó La Turca: a vincularse con los estudiantes de los colegios técnicos del Conurbano, semillas de los futuros obreros que protagonizarían la revolución socialista en Argentina. Por eso fue una de las más decididas a la hora de abandonar sus tareas en un colegio de alto nivel, en la metrópoli, para pasar a cursar sus estudios en un colegio del Gran Buenos Aires. No le importó tener que viajar todos los días, cursar por un tiempo en dos colegios, dejar a Laura, Gabriela, Moira, su grupo de amigas, y cambiar de ambiente social. La convicción militante pudo más que todo. Tenía, entonces, 14 años. Pasó a la UES Avellaneda, primero, y luego a la de Lanús, donde conoció a Beto. Así transitó, rápidamente, de la UES a la estructura del Ejército Montonero. De la casa de sus padres a la convivencia con su compañero. Un pibe divino Beto –me cuenta Vicky–. Un pibe de la villa, de ahí de zona sur. Era de una familia grande, como de ocho hermanos.
Ahora es 1977. La cosa está más complicada que nunca en el país. Hace ya un año que los militares golpean y golpean. De allí que la percepción de la situación política que Adriana expresa en su carta no sea muy alentadora: “Por acá, las cosas andan más o menos jodidas, como siempre”. Poco alentadora, sí, pero de todos modos, eso no la convence para dejar Argentina, marchar al exilio, como sus hermanas y tantos de sus compañeros. “Las cosas siguen –escribe– ando con muchas ganas de seguir adelante”.
Cosiendo bombachas, al son de la recta, el oberlock y el zig-zag, Adriana y Beto comenzaron a buscar una “sorpresa”. Aunque en la carta aclara: “todavía sin novedad”. La novedad, por supuesto, nunca se produjo. Ambos murieron, jóvenes, muy jóvenes. Como tantos, sin tener la oportunidad de conocer algunas de las maravillas de este mundo: tener un hijo, verlo crecer, meterse en su cama una mañana cualquiera, salir a pasear una soleada tarde de domingo.
Vicky habla de su hermana y parece, por la expresión de su rostro, que no hubiese pasado el tiempo. Pero si ha pasado, y ella es muy conciente. Casi una vida, dice. Y me cuenta que hace apenas un año, en octubre o noviembre de 2004, el Equipo de Antropología Forense encontró, entre otros 400 cuerpos, el de La Turca. Estaba en una fosa común, en el Cementerio de Avellaneda. Su rostro cambia nuevamente:
El cuerpo estaba entero. Recuperaron el cuerpo entero, una bombacha y un par de medias. Fue fuerte, porque del cuerpo sólo quedaban los huesos. Identificaron su cuerpo y el de una compañera, que yo conocía de Barracas.
Luego de tomar un mate continúa:
Mi hermana quería cremarla, pero dije: en este caso, no. Estuve 27 años buscando el cuerpo. Aunque la creme el año que viene, ahora no. Ahora necesito enterrar los huesos y tener un lugar de homenaje. En ese sentido –insiste– el entierro fue muy emotivo. Me sorprendió tanta gente que vino. Fue el homenaje de la gente que la conocía y la quería. Y también me llegaron cartas, de gente que la conocía y me agradecía. Se ve que cada uno recompone también un poco de su propia historia en esto. Para mucha gente era como si se hubiera muerto el día anterior. Porque congelaste el dolor y ese día volvés a ser aquella, aquel que fuiste. Porque encima te ves rodeado de la misma gente, más grande pero la misma.
Han pasado seis años desde que realicé aquella entrevista. Leo la transcripción que hice alguna vez, mientras escucho nuevamente la cinta. No es posible transcribir los tonos, pienso. Y continúo escuchando y leyendo lo que escucho. Vicky me cuenta que aquella mañana de 2004, en el Cementerio de la Chacarita, cada uno hizo su homenaje desde su lugar.
Mi hermana, por ejemplo, que vive lejos y no va mucho a verla, así y todo quiso hacerle un jardín, por si va alguien a verla, dice, que se encuentre con ella en ese jardín. Son maneras distintas de vivir lo mismo, ¿no? A mí, por ejemplo, no me importa si hay un jardín o no. Pero eso depende de cómo lo vive cada uno. Porque el duelo, la forma en que lo aborda cada uno, es muy personal. En el entierro fue lo mismo: estaban los familiares y los amigos de cuando era chica, que hicieron el homenaje desde un lugar determinado, no sé, desde el recuerdo que tenían de ella; pero también sus compañeros de militancia y las Madres de Plaza de Mayo, con un homenaje desde otro lugar, desde la lucha.
En fin, para el fin de este relato, quisiera quedarme con esas líneas que Beto, al final, le agregó a la carta inconclusa de Adriana: “No la sientan como a una hermana, sino como a una compañera; así los sentimientos son mucho más integrales y sepan valorarlo. Sus 16 años son un ejemplo”.

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