miércoles, 11 de mayo de 2011

Decimoséptima entrega: Pocho (II)

PRIMERA PARTE: DEL GOLPE AL MUNDIAL

II- 77: Peronismo Montonero

 Decimoséptima entrega: Pocho (II)
El tiempo es olvido… y es memoria, escribió Jorge Luis Borges en “Milonga de Albornoz”. Resulta evidente, en todas y todos los que se colocan de este lado de la barricada, de los que pretenden –de los que pretendemos– hacer de este mundo un lugar deseado de ser habitado, que la memoria es fundamental para los procesos colectivos y, también, para los individuos. Ahora, no parece ser tan evidente cuando se trata del olvido. De hecho, es como que queda condenado de antemano. Los HIJOS, por ejemplo, llevan una condena explícita en su nombre. Hijos por la Identidad y la Justicia, sí, pero también Contra el Olvido y el Silencio. Y no es para menos, si tenemos en cuenta la amnesia propuesta por los conjuradores de los cambios, los apologistas del asesinato y los obturadores de los deseos y anhelos de transformación social. Está claro que la producción de una memoria colectiva contra el refugio personal es una parte indispensable de las batallas libradas y por librar. Pero el olvido también es fundamental. Olvido que suja de un proceso de resimbolización de los hechos traumáticos que hemos vivido como clase, como pueblo, por supuesto, muy diferente de ese olvido que es producto de un ocultamiento de lo que ha pasado.
También a nivel personal cierto olvido se torna fundamental para poder vivir. Pensemos, sino, en Funes, el personaje memorioso del cuento de Borges, que no puede vivir porque no puede olvidar nada, pero nada, de lo que ve, de lo que vive…
Si la memoria colectiva es un campo de batalla, entonces, no hay por qué pensar que a nivel de cada quien no será un proceso similar. Algo de esto me queda claro cuando veo la expresión de Pocho al relatar lo que ha vivido. Más bien, habría que decir, cuando re-vive aquello por lo que ha pasado años, décadas atrás. Parece como que su propio cuerpo se ha transformado, al menos por un instante, en un campo de batalla. No pude olvidar jamás esa expresión en su rostro y su camisa empapada de sudor.
Pocho intenta situarme en cómo era su militancia en zona sur, por aquellos días de 1977. Me cuenta, a modo de ejemplo, dos situaciones que vivieron entonces.
Una: Salíamos siempre después de las 6 de las tarde. El asalto de un coche significaba casi seguro un enfrentamiento militar. De todos modos, el miedo estaba más del lado de ellos que del nuestro. Será por el grado de locura que teníamos, no sé.... Por ejemplo, un día, haciendo un coche en el Dorado, salimos a la Avenida Calchaquí medio derrapando, y encima, nos para el semáforo. En una de esas vemos aparecer, atrás nuestro, un patrullero. Eran dos canas. Los tipos, en vez de seguir, se quedan al lado, mirando. Duritos quedaron los canas, mirando para adelante, todo el tiempo que duró el semáforo en rojo. Ni bien pasa a amarillo, salen, se tiran para la derecha y se van. No querían Lola los tipos. No querían saber nada.
 Dos. Después de la caída del Tata [Sapag], estábamos en emergencia, no teníamos donde vivir, no teníamos guita y entonces hacemos una operación. Alguien nos pasa una información de una distribuidora de vinos que tenía mucha guita. Entonces voy y hago esa operación con tres milicianos que eran de Quilmes. Voy con el coche, los junto, les digo ahí, en el momento, cuál era la operación. Me acuerdo que era mediodía y había que esperar que se vayan los camiones. Después salía un tipo de la empresa con la plata y hacia el depósito. El tipo finalmente sale. La operación la hacemos, sale todo bien. Cuando nos estamos por ir, yo saco la plata, que estaba envuelta en papel de diario y uno de estos pibes –que evidentemente habíamos sacado, incorporado de alguna banda de chorritos– le empieza a refregar el fierro por la cara al tipo. Lo cago a gritos, porque pensé que lo mataba. Nos vamos, finalmente. Ahí yo tenía que llevarlos para el otro lado, pero cuando pasamos Solano, uno de estos pibes dice: “Vamos a un lugar a repartir…”. Le digo que no, que la plata no se reparte. Imaginate, se genera toda una situación. Entonces los hago bajar del auto, mal. Meto la plata dentro de un bolso, les pido los fierros, pero no los querían dejar, obvio. Por suerte los puedo reducir, dejan los fierros, me subo al coche y me voy. Te cuento esto, Marianito, para que te des una idea de cuál era nuestra fuerza. Era plata como para comprar una casa, no la podíamos repartir así, para que cada uno se llevara una tajada. De hecho, esa guita significo mucho en ese momento: fue un gran oxígeno para nosotros.
En ese momento, aclara Pocho, la mitad de las operaciones que realizaban eran militares, porque las situaciones a las que se veían expuestos permanentemente les imponían ese tipo de funcionamiento.
Evidentemente –continúa– nosotros teníamos un nivel que estábamos pasados de vueltas. Había una cuestión de inconciencia, de estar jugados y seguir. Uno tenía una seguridad absoluta, pero pienso ahora que tenía que ver con algún nivel de pire
Está claro que Pocho, como tantos otros, es de los que ven la necesidad de realizar una autocrítica, pero que no implique, necesariamente, invalidar las apuestas de las que participaron. Pone, en ese sentido, un ejemplo sobre la relación militante que se daba entre los hombres y las mujeres. Se acuerda de Taco, ese viejo compañero que venía de las FAP. Me dice que no se acuerda ni su nombre de pila ni cuando pierde. Pero pierde, eso sí.
Pocho me cuenta que la compañera de Taco era más grande de edad que todos ellos, pero era petisita. Y Taco era un cuadro muy militar, y muy machista. Recuerda que había una cosa, histórica, de que a las compañeras no se las hacía participar militarmente para no exponerlas. Y también que por ese tema siempre había reclamos de las compañeras, por todo ese machismo. Recuerdo que una vez tengo que hacer un coche, y voy con la compañera de Taco manejando. Teníamos que encerrar un coche, hacer bajar al tipo y ahí yo me iba con el auto. Nunca los alcanzaba a los coches, porque le costaban los cambios. Hicimos el auto al final, pero a las compañeras le costaba, por falta de práctica nomás


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