lunes, 2 de mayo de 2011

Decimosexta entrega: Pocho

PRIMERA PARTE: DEL GOLPE AL MUNDIAL

II- 77: Peronismo Montonero

Decimosexta entrega: Pocho

Cuando fui a entrevistar a Pocho, hace ya seis años, hacía unos seis o siete que no lo veía. Hacía tiempo, además, que no sabía nada de él. Sí me enteré, por aquellos días calientes y apasionantes de fines de 2001, que el 20 de diciembre habíamos estado cerca, muy cerca, resistiendo ambos, junto con miles de chicas y muchachos, los embates de las fuerzas represivas que cumplían con el mandato presidencial de Fernando De La Rúa de desalojar la Plaza de Mayo, puesto que reinaba el Estado de Sitio en todo el territorio nacional. Pero no recuerdo haberlo visto y él no recuerda tampoco haberme visto a mí. En fin, al encontrarlo, me sorprendo de verlo igual que cuando lo conocí, allá por el año 96 o 97, cuando él, junto a otros “veteranos”, nos contaban sus experiencias de militancia en los 70 a los más jóvenes, que escuchábamos atentamente sus palabras, con una mezcla de admiración y sorpresa.
Salvo por el lugar y la ropa que lleva, acorde con su nuevo trabajo, está casi igual a como lo recordaba. Siempre con su bigote mostacho, su frente amplia y sus ojos saltones, saludando afectuosamente y con un entusiasmo que expresa en su capacidad de oratoria. Me pide, eso sí, que no aparezca ni su nombre ni referencias hagan evidente que Pocho es él. Si bien ha sido una figura pública de la Tendencia Revolucionaria, de la Juventud Peronista, creo que nunca contó públicamente su paso por la zona sur durante los años de la dictadura. Tampoco su breve estadía en Mendoza.
Por eso hace un rato, mientras lavaba algunos platos que quedaron de la cena de anoche, y luego de haber releído una vez más la desgrabación de la entrevista, me preguntaba cómo hacer para ser fiel a ese “pacto ético” que se estable, sin papeles ni nada, sino así, puramente de palabra, entre entrevistador y entrevistado. Me pregunto ahora cómo hacer para aportar los elementos de importancia que llevan a una mejor comprensión de la historia (de esta historia, al menos) pero que fueron, sin embargo, contados luego de una tajante frase: “apagá el grabador” o de otra más suave, pero con sentido similar: “esto, por favor, no lo pongas”. En fin, ya veremos, tanto en esta entrega como en otras siguientes, como narrar de la mejor manera posible aquello que, necesariamente, tendrá que ser contado a medias.
Según me contó Ramón (que es quien además hizo el contacto para la entrevista) Pocho llega a la zona en 1979. Tengo un punteo en mi libreta, algunas preguntas, pero como para romper el hielo comienzo preguntando algo que sé, o más bien, creía saber. Por eso me sorprendo al escucharlo responder: A fines del 76, cuando le pregunto cuándo había llegado a la zona. Ya tenía destino en sur desde hacía un tiempo, pero había quedado desenganchado. Me cuenta entonces que en Buenos Aires se encuentra con el Nariz, un compañero que era de La Plata y estaba en zona sur.
La historia de El Nariz (Horacio Maggio) es narrada por Miguel Bonasso en su clásico libro Recuerdo de la muerte. Fugado de la ESMA, desde afuera llamaba a los teléfonos del Centro Clandestino de Detención para putear a los milicos. Los volvía locos. Hizo todas las denuncias posibles sobre la situación de los detenidos clandestinamente por la dictadura. Posteriormente, según algunas versiones, fue acorralado por una patota en una obra en construcción y se defendió a ladrillazos hasta que lo mataron.
Es “Nariz con pelo” quien le dice a Pocho que vaya directamente a su destino, porque hacía poco tiempo atrás (en octubre de 1976, como se podrá leer más detenidamente en alguna próxima entrega de este Folletín digital), se había producido la caída trágica denominada “las citas nacionales”, y entonces, aprovechando que Pocho tenía militando en la zona tanto a su cuñada como a su cuñado, Nariz le insiste que, para evitar que su cita pase por la Conducción Nacional, se vaya directo a sur, disminuyendo así los riesgos de una eventual filtración de la información, y una probable futura caída en manos del enemigo.
Así, a través de sus cuñados, Pocho logra “engancharse” en la zona, y queda en un encuentro con el flaco Palito. Empezamos mal en sur –relata Pocho–. Voy a una cita con él, que ya tenía preestablecida. Era una cita en la calle Acha, que era de tierra, según recuerdo. Y cuando estábamos caminando por esa calle, vemos venir un coche en sentido contrario. Entonces Palito me dice: “Ese es mi jefe”. Era su responsable, que evidentemente estaba chupado. El compañero nos mira, desde adentro del auto, pero no nos canta.
Mientras habla, Pocho empieza a traspirar. Como no me siento con calor lo miro a Claudio, un periodista amigo que me acompaña en algunas de las entrevistas. Él tampoco parece tener calor. Pocho se seca la frente con un pañuelo y sigue:
Fue una situación de emergencia que se da… Así empiezo en sur. A los quince días, eso sí, logramos tener una reunión con el jefe de la columna, que era entonces el Tata Sapag. Ya en ese momento lo único que quedaba en zona sur era la estructura militar y un poco de prensa. Había dos pelotones que estaban en Sur II, y dos o tres pelotones en Sur I. En Sur II estaba a cargo Taco, un compañero al que apodaban así porque venía de las FAP [Fuerzas Armadas Peronistas] Y había estado en Taco Ralo [Campamento de guerrilla rural instalado por las FAP en la provincia de Tucumán. Todos sus integrantes fueron detenidos en 1968, al poco tiempo de instalado el foco]. Un viejo compañero de la Orga.
   Pocho cuenta que entonces la línea operacional que habían adoptado tenía que ver, por un lado, con el fortalecimiento del laburo sindical y territorial, y por el otro,  golpear a las fuerzas represivas.
En los barrios laburábamos con el mismo criterio que en las fábricas: les hacíamos llegar material a los referentes políticos y, por otro lado, el trabajo más de prensa, que lo hacia la estructura militar, porque en esa época repartir volantes significaba una operación militar. Mantuvimos mucho el laburo político en Florencio Varela, y en Quilmes, especialmente en La Cañada. Las operaciones político-militares tenían que ver siempre con las fábricas. Hubo operaciones en la papelera, porque estaban entregando compañeros. Y en Peugeot. Lo que se hacía en ese momento eran operaciones de propaganda, ir a las puertas de las fabricas a repartir volantes, era propaganda armada, porque iban un par de pelotones con fierros, se iba de madrugada. Una cosa muy elemental que tenía que ver con la necesidad de manifestar que había resistencia armada y que esa resistencia tenía que ver con los intereses de los trabajadores

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