PRIMERA PARTE: DEL GOLPE AL MUNDIAL
I- Octubre 77: Este 17 Montoneros vence
Tercera entrega: Graciela “Viky” Daleo
“¡Me llamo Graciela Daleo, me secuestran, me van a matar, avisen a mi papá al 59-2780!”. Esas fueron las últimas palabras en libertad de Victoria –como la conocían sus compañeros– antes de ser secuestrada por una patota de la ESMA en la Estación Acoyte de la línea A del subte. Fue el martes 18 de octubre de 1977. Cuando Victoria miró hacia el puesto de diarios escuchó a un tipo decirle que era de la Policía Federal y que iba a tener que acompañarlo. Intentó en ese momento, sin suerte, tomarse la pastilla de cianuro que siempre llevaba encima por si llegaba a producirse una situación como la que se estaba produciendo. Los cuatros tipos que tenía encima, golpeándola, reduciéndola en el piso, se lo impidieron.
Victoria lleva puesta una camisa blanca, una pollera escocesa, sandalias negras con plataforma, medias también negras y un blazer rojo de corderoy. Las plataformas (con las cuales no podría correr si algo sucedía) y el libro que Iba leyendo mientras se dirigía hacia su trabajo en zona sur (la biografía de Sigmund Freud de Guy de Massillon, Cirujanos de almas), constituían seguramente las dos grandes herejías de Viky en ese momento.
El miércoles 19 sería su último día de trabajo como dactilógrafa en la Papelera del Plata, ubicada en Wilde, en la localidad bonaerense de Avellaneda. Había renunciado, justo una semana antes, porque sospechaba ya que las fuerzas del orden venían pisándole los talones. Había decidido continuar para no levantar sospechas. A pedido de su jefe (“para dejar todo en orden”, dijo entonces), luego de que Graciela –se había anotado allí con su nombre legal– rechazara trabajar menos horas por más dinero.
Hace seis meses, aproximadamente, que Victoria trabaja y milita en zona sur, pero desde hace dos semanas vive en un cuarto alquilado en una casa de familia en Villa del Parque. Le falta una semana para pasar a militar de la Sur I a la Sur II (ver próxima entrega). La distancia entre una zona y otra es menor, pero a Victoria se le aparece en sus representaciones como otro planeta. “El Gordo me había dicho que me iba a acompañar a Beraza, que para mí era como el fin del mundo, ni idea donde quedaba. Yo sabía hasta Quilmes, y de ahí saltaba a La Plata”, recordará Graciela años más tarde. El Gordo José, que había sido su responsable hasta hacía muy poquito, es quien le informa de su pase a Berazategui.
La decisión de José de patear para adelante una semana más el pase de Viky tuvo que ver con una evaluación política, de seguridad. “Para el 17 de octubre la mano va estar pesada –dijo–. Los milicos van a estar rastrillando la zona buscando compañeros”. Por eso Graciela pudo aprovechar por esos días para ver a su madre, a quien no podría ver –precisamente– el Día de la madre. Al encontrarse con ella se entera de que Carlos, el marido de una prima hermana suya, es un Teniente de Navío. Y se entera también que unos militares han estado rondando el nuevo domicilio de sus padres. El cerco parece comenzar a cerrarse.
La cosa no daba para más. Durante las últimas dos semanas, Graciela y el Gordo José se la habían pasado haciendo tiempo en cines para que llegara la hora de las tarifas promocionales en telos y poder quedarse a dormir allí, como si fuesen una pareja, aunque sin serlo. La primera vez que se metieron en un hotel alojamiento (que era, a su vez, la primera vez que Graciela entraba a uno), ahí nomás, frente a la Federación de Box (en el mismo barrio en donde Viky vive en la actualidad), estaban nerviosos, muy nerviosos. No sólo por esa situación tan atípica entre ellos, sino porque además, según decían, por las noches la policía solía caerse en los hoteles a inspeccionar el tipo de gente que los frecuentaba.
Una vez solucionado el problema de vivienda, José le ofreció a Victoria que se mudara junto a él y sus dos hijos (Marcela y Adolfo) a la casita que había alquilado en Valentín Alsina, en el distrito de Lanús. No era la primera vez que el Gordo le hacía ese ofrecimiento. Y no era la primera vez tampoco que Graciela le daba las gracias, pero prefería buscar otro sitio como morada.
La historia de Graciela Viky Daleo es conocida: tras casi dos años de permanecer en la ESMA, fue liberada en abril de 1979. Permaneció exiliada varios años y luego permaneció en prisión durante el retorno de la democracia. Fue un ejemplo de resistencia y coherencia al rechazar el indulto del ex presidente Carlos Saúl Menem. Todavía recuerdo cuando escuché su testimonio en Cazadores de Utopías. Recuerdo que vi la película en un cine de la calle Corrientes, un sábado por la noche. Tenía entonces quince, dieciséis años y aún no sabía muchas cosas: que el cine se llamaba (y aún se llama) Lorca, que ese señor que aparecía seguido en la pantalla era Juan Domingo Perón, que la suerte de los detenidos-desaparecidos había sido tal. Si mal no recuerdo Viky llevaba puesto entonces un vestido amarillo. Tiempo más tarde, mientras leía el tomo III de La Voluntad, una historia de la militancia revolucionaria en Argentina (de Eduardo Anguita y Martín Caparrós), reconocí enseguida su nombre y lo reconfirmé al ver su fotografía. Allí cuentan parte de su historia.
Su historia se partirá en dos en 1977: su ingreso forzado a la ESMA la llevarán a pensar su vida como dos vidas. Una anterior a su paso por el centro clandestino de detención, y otra posterior.
En 1977, Victoria no participó de ninguno de los operativos de agitación y propaganda llevados adelante por Montoneros en la zona sur durante la semana del 17 de octubre, ya que estaba en espera, en un momento de transición entre una estructura zonal y otra. Por eso pensó en que ese miércoles 17 podía verse con una amiga, pero desistió rápidamente de su idea: se dijo que un día como ese era mejor no andar por las calles; más prudente era irse temprano para su casa. Por algo José había retardado su pase a Berazategui: para cuidarla.
¿Cómo serían sus días en ese lugar que se le hacía tan lejano? ¿Tendría oportunidad, como la había tenido en Avellaneda, de empezar otra vez algún trabajo político en la bese, junto a los vecinos? ¿Habría también allí algún cura piola en alguna parroquia? ¿O acaso la cuestión pasaría por acercarse nuevamente a uno de esos club de barrio, tomarse un Gancia con alguno de los viejos, mirar como jugaban a las bochas y lentamente comenzar a charlar de los problemas, de las necesidades en la zona y buscar resolver colectivamente los inconvenientes que se presentaban en la vida cotidiana?
Así, llena de interrogantes, colmada de deseos de poder continuar la resistencia en otro sitio, Victoria esperaba el pase a Berazategui. Ese lugar extraño, desconocido, en el que según se rumoreaba entre sus compañeros de la Orga, apenas si durabas una semana. Sí, así le había dicho el Gordo José: “Beraza es duro, flaca, dicen que nadie dura vivo más de dos semanas”.
Mariano estoy haciendo un trabajo sobre padres palotinos y necesito ubicar a Graciela, vos me podrias ayudar? gracias
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