domingo, 30 de enero de 2011

Quinta entrega: Los Montoneros silvestres

PRIMERA PARTE: DEL GOLPE AL MUNDIAL
I- Octubre 77: Este 17 Montoneros vence
Quinta entrega: Los Montoneros silvestres
Valentín Alsina, zona sur del conurbano bonaerense. Enero 28, 2011.
 No estaba contemplado, en el plan de trabajo esbozado para este folletín, una entrega específica sobre el mote de “silvestres” de estos militantes que resistieron a la dictadura. Pero como suele decirse, un libro (en este caso un folletín digital), se construye, al menos, entre dos: entre uno que escribe (unos que escriben) y otro que lee (otros que leen). En fin, como más de un lector de Montoneros silvestres me ha preguntado (personalmente, o por mensaje de facebook o por e-mail), a qué se debía el carácter silvestre de estos Montoneros, haré un intento por aclarar el asunto.
Quien le puso así a quienes transitaron por esta experiencia no se sabe bien, como suele suceder con estas cosas. Sí puedo decir que lo escuché en boca de sus protagonistas en varias oportunidades. Y como sostengo en la presentación de este Folletín, los pelotones de Montoneros que continuaron funcionando durante aquel período (1976-1983), estuvieron integrados por hombres y mujeres (muchachos y chicas, jóvenes, muy jóvenes en la mayoría de los casos), que continuaron resistiendo los embates de la dictadura cívico-militar a través de distintos medios. A veces enganchándose con algún compañero o compañera que ingresara desde el exterior del país, la mayoría de las veces sin comunicación con las instancias orgánicas de la organización, permanecieron realizando algún trabajo de militancia mínimo (debido a las condiciones extremas de represión), ya sea nivel barrial o sindical o militar (haciendo acciones de propaganda, sabotaje y hostigamiento), reagrupándose para debatir la situación, darse ánimo ante coyunturas tan adversas y, por sobre todo, proyectando posibilidades de confrontación contra el enemigo.
La estrategia represiva consistió, fundamentalmente, en tender un cerco sobre la organización, obligando a los militantes a replegarse sobre la zona metropolitana (Capital y Conurbano). Una vez logrado el objetivo (o más bien: simultáneamente), se dedicaron a golpear con fuerza en la zona norte y del Gran La Plata.
Para mediados de 1977, la zona sur del Gran Buenos Aires es prácticamente la única que se mantiene con un funcionamiento estable en el país. El funcionamiento se reduce, de todas maneras, a las acciones de los pelotones del Ejército Montonero. Recordemos que a fines de 1976 la Organización Político-Militar caracteriza como agotado al peronismo en tanto identidad popular desde la cual acumular fuerzas para una transformación social y lanzan el Partido y el Ejército Montonero, de orientación leninista. Tiempo después, en abril de 1977, se lanza en Roma el Movimiento Peronista Montonero, como forma de capitalizar –según entienden los mandos montoneros– la vacancia histórica que deja el peronismo. El MPM se organiza en ramas, de forma similar al clásico movimiento peronista (sindical, femenino, juventud). Eso, en los papeles. En la realidad del país lo que sucede es que las caídas se producen con cada vez mayor frecuencia y que el trabajo público es prácticamente imposible. En ese contexto, los pelotones tienen capacidad de golpear al enemigo y preservar un mínimo de fuerzas organizadas.
Lo que sucede es que para fines de 1977 la situación se complica por demás. Luego de la caída sucesiva de los mandos en el territorio (que eran los que tenían además contactos con los mandos en el exterior del país), los pelotones comienzan a quedar desconectados del resto de las estructuras.
Pero para que se entienda: el proceso no es lineal. Hay militantes que salen del país y vuelven a entrar para la contraofensiva en 1979, por ejemplo. Otros, en cambio permanecen en el país y pasan por momentos de desenganche absoluto con cualquier otro militante, a momentos de reagrupamiento con otros militantes desenganchados y tras un tiempo, logran contactarse con algún militante encuadrado orgánicamente, con contactos aceitados con las direcciones que se encuentran fuera del país. Esta situación confluye, además, con la estrategia diseñada por la organización (comentada en la entrega anterior), que consistía en crear pelotones autónomos, con mayor capacidad táctica de desenvolverse en el territorio.
Veamos dos ejemplos que tal sirvan para ilustrar mejor esta situación.  Son las historias de Ramón y Beto (primera y segunda entrega).
 En noviembre de 1977, luego de que su cuñada Kelly se tomara la pastilla de cianuro y llegara muerta al hospital de Quilmes, Ramón se refugia en la casa de un familiar en el interior del país. Pasa un año en Corrientes y luego regresa a Buenos Aires. Consigue un trabajo, se anota en un nuevo colegio para terminar el secundario. No tiene forma de contactarse nuevamente con la organización. Pero tras un tiempo (a fines del 78, principios del 79), los hermanos Lucho y Bete (ver: próximas entregas) salen de la cárcel, y van a parar a la casa de Ramón, recomendados por su hermano (el Pájaro), que se encuentra detenido desde enero de 1976. Bete fallece al poco tiempo, pero Lucho y Ramón, junto con Analía (una compañera de La Plata que cruzan por la calle de casualidad), conforman un nuevo pelotón. Al poco tiempo Pocho, un militante de la JUP-Capital que conocía a Kelly porque en el 76 le habían dado pase a zona sur, va a visitarlos y se queda junto a ellos, sumando algunos recursos que le habían quedado de la etapa anterior, antes de irse a Mendoza. Simultáneamente saben que hay otro pelotón funcionando en la zona contigua (Berazategui), pero durante mucho tiempo no pudieron contactarse ni siquiera con ellos.
Durante la contraofensiva, por ejemplo, se enteran que hay grupos que han ingresado desde el exterior operando en la zona (sobre todo haciendo interferencias televisivas) y entonces deciden salir a pintar. “Para que supieran que habían células dormidas que se podían despertar”, me dijo Ramón alguna vez. Eso mismo le comenté luego a uno de los protagonistas de esas interferencias. Su respuesta fue sincera y estremecedora: “No podíamos contactarlos. No sabíamos si eran compañeros o una operación de contrainteligencia de los milicos para agarrarnos a nosotros”. Algo similar me respondió Cirilo Perdía, miembro de la Conducción Nacional, cuando lo entrevisté. Dijo que hubo casos en que al tomar contacto con quienes estaban en el territorio, quienes ingresaban al país caían en manos de la represión, ya que más que “compañeros”, eran “quebrados” que trabajaban para los militares. Las conjeturas quedan a cargo de cada quien. Por ahora, este cronista prefiere ir dando a conocer los hechos, que son bastantes y bastante embarullados.
El caso de Beto es parecido al de Ramón, en un principio. Tras la caída de Sapag en octubre de 1977, no queda sólo y, por tanto, no tiene que irse de la zona: continúa funcionando con un pelotón en Berazategui, pero sin contactos con el resto de la organización. Luego de varios meses de funcionamiento “autónomo” son contactados por la Conducción Nacional desde el exterior y dos de ellos (Beto y Lila) salen del país a prepararse para reingresar en el marco de la Contraofensiva, como miembros de las Tropas Especiales de Agitación y las Tropas Especiales de Infantería (ver próximas entregas).
 A esos grupos de militantes que quedaron en el territorio, operando muchas veces por intuición (o por lo que se enteraban por las noticias de los medios masivos de comunicación), sin más recursos materiales que algunos que habían logrado preservar de los golpes de la represión (pero sin ingreso de nuevos recursos: sean armas, o dinero, o prensa pública o interna de la organización), a esos militantes que integraron los Pelotones Autónomos –decía– y que hicieron de la voluntad su arma más preciada, a ellos se se los recuerda con el nombre de Montoneros Silvestres.

 

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